Por: Paula Torres @torres_1115
Los países latinoamericanos, se han caracterizado por la forma de proceder de sus gobernantes; esta percepción no ha cambiado durante los últimos años. A diario vemos, cómo los diferentes países exigen sus derechos y proclaman cambios sociales desde sus calles, casas y balcones.
El 2019 fue el año de las manifestaciones, en Colombia impactadas por el gran paro del 21 de noviembre, en Bolivia con el asilo político de Evo Morales, en Chile por motivos económicos y de educación, en Haití exigiendo la renuncia del presidente Jovenel Möise, y así podríamos seguir por todo el globo terráqueo. Sin embargo, con la pandemia, el 2020 tomó como prioridad la salud de los habitantes a nivel mundial. Aun así, los pueblos vuelven a levantarse como en el caso de México y Colombia.


Cuando vemos las calles llenas de personas luchando por sus derechos, exigiendo justicia, es como si el tiempo no hubiera pasado; como si nada hubiera cambiado. Es claro que, nadie es el mismo después de las situaciones a las que la pandemia nos ha sometido. Nada ha cambiado aparentemente, pero en realidad todo ha cambiado en los pueblos, en los ciudadanos.
Recordar las manifestaciones, nos lleva a pensar que quizá lo único que no ha cambiado a lo largo de la historia son los sistemas de poder que controlan las acciones de los países. Los mismos quienes desde tiempos inmemorables se han encargado de velar por su bienestar, cuando tendrían que velar por el bienestar colectivo, los mismos quienes sacan tajadas de los eventos mediáticos, los mismos que le dan la espalda a su pueblo, cuando realmente los necesitan.
Son, ellos quienes no han cambiado, de hecho, no son más que un reflejo de una población polarizada, con negación hacia fortalecer su cultura política. En Colombia, en redes sociales permanece un debate acerca de quien toma las mejores decisiones, una cultura de señalamiento, donde la virtualidad se ha convertido en la única forma de dar a conocer lo que se piensa, sin afectar a esta fuerza jerárquica permanente, tan solo con realizar una ojeada se puede identificar que no hay una cultura política solida de evaluación. Aunque es un secreto a voces que las nuevas generaciones analizan y evalúan los aspectos políticos, quizá, no sean lo suficientemente sólidos para pelear una dura batalla en contra de la negación y la cultura conservadora del país de la tricolor.
Es exactamente este, el problema de los países que han convertido en un tabú hablar de política. Aunque un pueblo cambie constantemente su forma de pensar, si los personajes quienes lo representan no lo hacen, la burbuja no se romperá, y se seguirán cometiendo injusticias, donde únicamente, los espectadores (los ciudadanos) pueden señalar, y seguirán acostumbrados a callar.
Las manifestaciones fueron la representación de un pueblo cansado, pero, si solo una de las dos partes habla, ¿Qué le garantiza que lo escucharan? La indiferencia hacia el pensamiento del pueblo, se ha convertido en el victimario de miles de personas que ya no están, abusos de poder y aumento de la ira, la cual, simplemente termina agotado de debatir contra una pared, que únicamente se preocupa por sus intereses.
Exigir sus derechos, exigir justicia, no se debería convertir en una sentencia de muerte.
Hablar de política en la mesa debería ser parte de la formación de los niños, niñas y adolescentes. Evaluar las situaciones, una necesidad. Pero, sobre todo, apoyar a su pueblo y buscar un bienestar común debería ser el papel más importante para el estado. Aun en plena pandemia, es como si esta hubiera desaparecido; en México y Colombia lloran por las paredes, no por los muertos, y el estado parece no darse cuenta de lo que está pasando. Definitivamente, nada ha cambiado; a nivel social y jerárquico todo sigue siendo igual que hace muchos años, donde el pueblo calla y únicamente ve. Al parecer, lo único que ha cambiado en pleno siglo XXI es la tecnología, porque la copa se sigue rebosando una y otra vez, sin respuestas, sin cambios.